Ancelotti contagió sus temores
La presencia del Madrid en el Camp Nou se fundió en un combinado entre la época en la que Mourinho encontró a Sally, sacudiendo los miedos a los jugadores blancos cada vez que tenían a una camiseta azulgrana cerca y la etapa en la que eran escupidos como hueso de aceituna de la aristocracia europea. Aquella en la que el balón quemaba tanto como el entorno y para llegar a la portería rival había que hacerlo por referéndum. Sólo con un ligero toque fue suficiente para ver que no se había vuelto a esas oscuras etapas pese a que el gol de Neymar arrastró al Madrid a no saber salir del apuro. Ese toque fue simplemente volver a poner las cosas en su sitio. Minutos que sirvieron para saber a través de una ecografía que el niño va a nacer sano pero está prematuro. Todo eso ocurrió en la segunda parte, con más de una hora tirada por el retrete después de que Ancelotti partiera las vértebras al equipo. Faltaba un lanzador de pases para los tres velocistas de arriba y la idea de que con Ramos por delante de la defensa los dos laterales ascenderían al Kilimanjaro se quedó en un pensamiento prepúber. El Madrid hizo memoria con la salida de Illara, que ridiculizó la calentura de soltar a Ramos por el medio campo para oler más de cerca la nuca a los enanos. A Ramos solo se le puede sacar de su posición para quedarse a rematar cuando el partido está histérico en sus minutos finales. Ese Ramos enloquecido para ocasiones especiales, no para el comienzo de un partido. Los miedos de Ancelloti no son los miedos de estos jugadores que ya habían aprendido a ganar al Barcelona hasta con suplentes. El italiano contagió sus temores y el equipo se desbordó en la primera parte.
El Clásico también dejó nuevas lecturas. El Barça fluctuó secuestrado por sus hipotecas ideológicas, con ciertos jugadores en proceso de desintoxicación a los que todavía no les han contado la verdad, que la metadona no es una canción de Extremoduro. Dudaron si reencontrarse con su estilo de querer cobrar el PER por amasar el césped con el pase en corto o matar por la vía rápida, que fue finalmente lo que hicieron. A Messi se lo tragó la nostalgia o a lo mejor la sensación de que sus compañeros ya no le buscan solo a él, también a Neymar a quién Pepe y Varane le irán tejiendo las costuras con el paso de los clásicos. Por su parte, Bale sigue siendo un jugador de Youtube. Y de momento poco más podemos decir sobre él. A lo que no renunció el Barcelona es al rebote, amigo infranqueable. «¡Se llevan todos los putos rebotes!» fue lo que repetí a lo largo del partido sin despejar las dudas de ese misterio que les acompaña durante tantos años.
La reacción se empezó a organizar a través del ya citado Illara que puso sentido al despropósito y se creyó en el momento en el que Benzema le metió morro al partido con un trallazo al larguero que hizo sonar los clarines de la remontada. Se agrandó el francés, como suele hacer fuera de casa, sin el murmullo de las señoronas del Bernabéu haciendo corrillo sobre su cabeza. Cuánto talento y que poco provecho. De todo lo demás se encargó Undiano que vio penaltis que no quiso pitar, y cuando digo que no quiso es porque es imposible no verlos, en especial el de Cristiano. El 60% de las veces que el Madrid pisa el Camp Nou sale con la cartera desquebrajada. Toda la posibilidad de acercarse al partido la alejó Undiano, una y otra vez, en un frontón de errores que invitan a pensar en la premeditación, de lo que hay que quejarse, porque a esto se gana por pequeños detalles. A Barcelona hay que venir llorado de casa porque ya sabes lo que te puedes encontrar. De todo lo demás se llegó a la conclusión de que los Barça-Madrid habían vuelto a la espesura de años atrás, antes del choque de entrenadores más grande que ha dado la liga española, dos equipos yogurines con las plantillas mejoradas pero en estado de dilatación, sin saber elegir entra la rubia y la morena. Ya al final Jesé recordó que a esto se gana por puntos, pero demasiado tarde. A pesar de la mala imagen de los dos, el Madrid sale muy perjudicado al abrirse una brecha en la clasificación.