El bocata
Era día de Bernabéu, era día de Champions. Aquella tarde, las manos de mi madre habían estado esculpiendo con delicadeza y amor lo que se acabaría convirtiendo en mi tentempié para el partido. La comunión entre aquellas dos crujientes rebanadas de pan y las múltiples lonchas de embutido que se apelotonaban en su interior con el partido que tenía en frente era tal, que bien podría haber usado la hierba del Bernabéu para condimentarlo. El bocata estaba escoltado por dos servilletas de papel -sello identitario de cualquier bocadillo de madre- y por una fina capa de papel de aluminio. Brillaba casi tanto como los focos del estadio, olía con mayor fuerza que el puro del señor que se sentaba detrás de mí y, en ocasiones, hasta conseguía descentrar mi atención de los bailes de Cristiano Ronaldo sobre el césped. ¡Qué bocata!
Con el vaivén del descanso, decidí darle un 'pequeño' tiento. Como si de un niño al abrir su regalo de navidad se tratase, retiré el papel de aluminio que, por el momento, impedía mi inevitable mordisco. A mi lado, el resto de aficionados parecían haberse puesto de acuerdo en llevar a cabo idéntica coreografía, aunque pocos habían conseguido firmar la bella obra de arte que había esculpido mi querida madre. Ahora sí, con la satisfacción de saberme poseedor del mejor bocata, comencé con el ritual, propinando un mordisco más grande de lo que mi boca podía asumir.
Y, entre tiento y tiento, llevaba a cabo el ejercicio de meditación propio de cualquier descanso en el que no tienes otra persona con la que conversar -estaba acreditado y había ido solo-. Pensaba sobre Benzema, sobre Ancelotti, sobre Cristiano... Venían a mi mente recuerdos de tiempos pasados ante los italianos -el partido era contra la Juve- y, en definitiva, reflexionaba sobre lo que había sido el Real Madrid y lo que es en la actualidad.
Por un momento, la imagen de Mijatovic celebrando el gol de la 'Séptima' ocupó todos los resquicios de mi mente. Recordaba dónde, cómo, cuándo y con quién había visto aquella imagen, y la inmensa felicidad de aquel día volvió a invadirme el cuerpo. Esa pequeña inyección de alegría se vio anestesiada por un pensamiento. No era capaz de imaginarme a Karim Benzema en idéntica situación, ni de verle golpear el balón con tanta fe. Hay cosas de este Real Madrid que no me gustan, y esa es una de ellas.
Mientras llegaba al corazón del bocata -la parte más tierna y jugosa-, la imagen del francés desapareció para dejar su lugar a la de Cristiano Ronaldo. A él sí que le imaginaba celebrando el gol de la 'Séptima' y, por supuesto, el de la 'Décima'. Rememoraba sus goles contra el Barcelona, contra el Manchester y contra equipos que no conseguía distinguir entre mis desordenados recuerdos. Me sentí afortunado y seguro de tenerle con nosotros. Desde mi butaca, hice un pequeño ruego: "No te vayas, Cristiano". Creo que me oyó.
Y Ancelotti, ¿es el entrenador adecuado para volver a conquistar la Champions? En este punto, mis conclusiones no fueron tan concisas. Pese a que mi apoyo al entrenador seguía siendo incuestionable, es cierto que hay muchas cosas en las que no comulgo con él. Me faltan cosas por ver y a él le faltan cosas por hacer. "Paciencia", me dije a mí mismo, "todo llegará".
Al bocadillo ya solo le quedaban unos segundos de vida. Su majestuoso aspecto del principio se había convertido ahora en un pequeño montón de migas que darían fe durante algún tiempo de que aquel bocata había pasado por el Bernabéu. Di María fue el encargado de acompañar mis últimos y no tan deliciosos bocados -la 'teta' del pan no me agradaba demasiado-. "Qué cojones tiene el argentino". El chaval, en tan solo unos meses, se había ganado por completo mi respeto y admiración. Venció a un coloso como Mesut Özil y trabajó sin descanso para acabar convirtiéndose en lo que es actualmente: el pulmón -y casi el corazón- de este Real Madrid. Así me gustan a mí los jugadores, con talla XXL de escroto.
Ahora sí, el papel de aluminio arrugado era lo único que quedaba entre mis manos. Los jugadores volvían a saltar al campo y el runrún del estadio me traía de vuelta a la realidad. Lo que da de sí un bocata. Gracias, mamá.