Confesiones de un enamorado decepcionado con Camavinga
Eduardo Camavinga me trae de cabeza, lo confieso. El jugador que firmamos aquel verano de 2021 era un proyecto de futbolista absolutamente generacional. Un centrocampista con grandes dotes defensivas, pero también muy vistoso con el balón. Una 'rara avis' en el fútbol de hoy en día. Quizá, por eso nos enamoramos tan pronto del internacional francés.
Sin embargo, como suele suceder en otros ámbitos de la vida, con Camavinga hemos caído en la rutina. Y no lo comento precisamente como un halago. Esta semana ha cumplido 23 años y su involución está siendo brutal. Nos hallamos ante su quinta temporada en el Real Madrid y ha sido incapaz de consolidarse en el once titular madridista. Da la sensación de que no ha madurado futbolísticamente y de que sigue cometiendo los mismos errores que cometía aquel chico de 18 años que arribó en el Santiago Bernabéu hace cuatro veranos. Sigue equivocándose, pero no aprende de sus fallos.
Caso aparte merecen sus problemas físicos. Camavinga no es de cristal, pero casi. Lo de este 2025 está siendo demoledor, pasando más tiempo en la enfermería que sobre el césped. Ahora, con la selección de Francia, ha vuelto a dar el susto, aunque esta vez es poca cosa y no corre peligro su presencia en el próximo compromiso con el Real Madrid.
Confieso que aún no sé qué esperar de Camavinga. No sé si confiar en que pueda ser, efectivamente, generacional; o si, por el contrario, deberé contentarme si en el futuro consigue ser un gran jugador número 12. Pero, de lo que sí estoy plenamente seguro, es de que estas dudas que aún siento con él después de casi cinco temporadas hablan más mal que bien del ex del Rennes.
Quizá el problema no sea Camavinga, sino los que aún seguimos esperando al jugador que prometió ser.