Ando depre
Pues sí, ando depre. Con la bajona. Mohíno. Mi hija recoge hojas muertas del suelo en lo que va olvidándose de las olas del mar y yo me abrazo añorante al recuerdo de la jarra helada de cerveza, las rabas de calamares y el menudo equipazo estamos haciendo. Las rabas son de nuevo un sucedáneo de la sección de congelados y el entusiasmo deportivo no me ha durado nada, en el improbable caso de que llegara a invadirme de verdad el cuerpo. Estoy por escribirle al director de todo esto, que se ha montado un consultorio o algo así. Pregunta: Calabrés, ¿qué me pasa?
En realidad el interrogante se cierne con el trazo de una guadaña sobre este Madrid, que ni enamora por estilo ni tiene la menor pinta de competir en serio. Mis sensaciones se resumen en los dos últimos derbis contra el Atleti, el de la final de Copa y el liguero del otro día. Los dos los perdieron los blancos, que ya es para echar mano del ansiolítico. Pero, al menos, en el primero se vivió una permanente sensación de dominio, se acumularon ocasiones por doquier y emergió un portero belga en estado de gracia. Lo del sábado fue, sin embargo, un homenaje al fútbol funcionarial, burocratizado en pases sin sustancia y huérfano de uys. Todo mal. Todo.
El día que compareció Florentino para anunciar la marcha de Mourinho y el consiguiente cambio de modelo predije pañuelos antes de Navidad. Solo falta un Segunda B en Copa que nos pinte la cara, estilo Salto del Caballo, Irún o Alcorcón, para cerrar el viaje al pasado en el que parecemos estar, con el discurso de los millones de boca en boca y los jugadores autogestionando sus esfuerzos porque ya mataron al ogro y paladean el dulce sabor de la libertad.
De momento, la sensación de fragilidad que transmite la plantilla gobernada por Carletto me tiene en un pozo. No veo luz ahora y atisbo poca en el horizonte, a lo sumo chispazos puntuales de genialidad para maquillar lo corto de fortaleza que va un grupo que ha convertido la euforia de quitarse del medio al jefe que odiaban en otra Liga tirada a finales de septiembre.
Los hechos son los que son: día 5 de octubre y encaramos ya la primera final en campo del Levante. Aguarda en breve el Nou Camp para un tristísimo "algo o nada". Lamentablemente es lo que muchos vemos delante de nuestros ojos, un equipo impersonal y descosido, carente de orden y mordiente cuando el rival tiene una mínima entidad y sabe lo que hace.
Y es que los banquetes pagados por Galatasaray y Copenhague no alivian esta pesadumbre que, ojalá, alguien me arroje a la cara al final del curso con una foto de las vitrinas llenas. De momento, no lo veo, qué le vamos a hacer.
De momento, ando depre.