De las mandarinas a la gloria
Llegó el Real Madrid a Málaga con la vitola de gran favorito y con la sensación de que todo lo que no fuera ganar la Copa del Rey sería un severo fracaso. El conjunto blanco barrió sin contemplaciones a Herbalife Gran Canaria y CAI Zaragoza en el camino a la gran final. Quizá, fruto de esa sensación de superioridad que ha dejado el equipo de Laso a lo largo de la temporada, nadie esperaba que el partido contra el Barcelona estuviera perdido a falta de un segundo para que sonara la bocina.
En ese momento el corazón de los madridistas se encogía en un puño mientras vivían con incredulidad como todo el gran trabajo realizado hasta la fecha no se iba a ver recompensado en forma de trofeo. Es entonces cuando suelen aparecen los genios, y este Real Madrid tiene varios de ellos en su plantilla. Esta vez el papel de salvador lo iba a interpretar Llull para que mantuviera así su especial idilio con la Copa. MVP del título ganado en Barcelona hace dos años y héroe en la de Málaga. Decisivo en ambas.
Llull es de esos jugadores con los que se pasa del amor al odio y viceversa en escasos segundos. Desacertado en la final con solo 3/8 en tiros de campo -a falta de un segundo-, a la mayoría de madridistas se les habría quedado cara de tontos si les dicen que el tiro decisivo iba a salir de las manos del de Mahón. Sin embargo, no tocaba mandarina, era el turno para la gloria.
Paremos el tiempo en aquel instante en el que el balón está en el aire. Es todo o nada. No habrá rebote ni otra oportunidad. Los madridistas empujan con sus miradas, se levantan de sus asientos y esperan con agonía el desenlace. Llega el éxtasis, los abrazos y las lágrimas de alegría. El Real Madrid es campeón y Dick, abonado y fiel seguidor blanco que falleció en el trágico accidente de tren de Santiago, lo celebra allí donde quiera que esté y en el recuerdo de sus amigos y conocidos. Esta Copa tiene un sabor especial.