Diego López, Arbeloa, Callejón y otros chicos del montón

23.02.2014 00:00 de  Roberto Gelado   ver lecturas

Creían los canteranos que la dificultad estribaba en la excelencia, sobresalir entre los de su generación para comerles la tostada a los mejores del mundo, derribar la puerta. El tiempo ha demostrado, no obstante, que es mucho más difícil ser hijo pródigo que profeta en tierra propia.

En esta España de Campofrío que parece no termina de sacudirse cierto regodeo autárquico apreciamos más la endogamia del que se queda que la inquietud del que se marcha con la esperanza –la convicción– de volver mejor.

El de Diego López es, quizá, el ejemplo más palpable. Titular moral para Capello, le supo a poco el premio de consolación e hizo carrera libre de eclipses en el Villarreal. Reclutado desde la reserva por Mourinho, es evidente que el lucense volvió mucho mejor portero de lo que se fue, aunque no le dé para competir en portadas y en simpatías con quienes se quedaron, en la convicción de que, agotados méritos y laureles, siempre les quedarían los trienios.

Arbeloa es quizá el otro gran caso de la actual plantilla. No es que sea regente indiscutible de la banda derecha desde la mudanza definitiva de Ramos al centro de la defensa; es que, si tuviera un clon, estaría también en la izquierda. Él también emigró del Castilla que convivía con el batacazo galáctico y, tras un año de inflexión en Coruña, pasó tres campañas en Merseyside donde, ¡oh, sorpresa!, también fue titular indiscutible. Al Madrid le costó 4 millones de euros repescarlo, lo que viene siendo menos de la mitad de una de las multas por Neymar. Y sigue siendo titular, campeón del mundo y bicampeón de Europa; aunque la prensa prefiera recordar no sé qué de un cono cada vez que se le nombra porque, al parecer, sigue escociendo que no haya necesitado pedir permiso a ningún plumilla para calzarse las botas cada fin de semana.

Y luego está Callejón. El del motrileño es, tal vez, el último caso de hijo pródigo cuyo final, de momento, es menos feliz. Después de partir la pana en el Espanyol, su inquebrantable adhesión al jefe del vestuario en el Madrid le convirtió en sospechoso y le rebajó a canterano de segunda. Acabó pagando con maletas su bajón en el césped, entre otras cosas, porque no hubo quien pidiera un aplazamiento de las exigencias alegando la atenuante de su condición de producto de La Fábrica. Lo era; pero también hijo pródigo, y eso le convertía en chico del montón y sospechoso por principio.

Viendo los precedentes, es normal que los canteranos con alguna expectativa de calentar banquillo se lo piensen dos veces antes de salir. Saben que, si vuelven, no quedará calor populista que se deje las palmas cuando salgan en el minuto 75 ni, seguramente, quintacolumnistas que combatan la amnesia sobre sus orígenes. En el país donde la inquietud de progresar es una desviación sospechosa, saben que, si salen, serán unos chicos del montón cualquiera a los que, en el mejor de los casos, se les juzgará solo por su fútbol. Y no todos valen para semejante órdago.

Roberto Gelado
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Roberto Gelado
Periodista, traductor, cinéfilo y seriófilo. Estudioso de la ficción y el entretenimiento en cine y televisión, y de los fenómenos de la comunicación en casi todas sus variantes. Madridista irredento. Es doctor internacional en Comunicación, Licenciado en Traducción e Interpretación y en Periodismo. Ha impartido docencia universitaria en el área de cine del Grado de Audiovisual de la UPSA, donde también ejerció como coordinador del Máster de Guion de Ficción en Cine y TV. Actualmente es crítico de cine del diario salmantino La Gaceta y traduce literatura fantástica para la editorial La factoría de ideas.