Dudo, luego existo
Desde que aposentaba mi culo en la fábrica oficial de ciudadanos periodistas, lo que algunos llaman Facultad de Ciencias de la Información, supe que lo mío no era poner títulos a los artículos. Bueno, ni eso ni otras muchas cosas más, pero ahora estoy hablando de titulares informativos. O muy largos o muy cortos; insulsos o simplemente estúpidos; incomprensibles o provocadores; pero siempre muy malos tirando a pésimos. Y por lo que se refiere a las columnas de opinión, siempre había alguien que se te adelantaba a la hora de poner un nombre bueno, buenísimo o genial.
Mi favorito de todos los tiempos era y es el que, a principios de los 80, utilizaba Jorge Martínez Reverte para su columna en la última página de EL PAÍS, entonces sin tilde en la cabecera: "Me pagan por esto". Y tanto me gustaba que, ya que no lo podía utilizar sin que me acusaran de plagio, lo que los modernos llaman intertextualidad, decidí adoptar esa expresión para utilizarla durante mi paso por diversas emisoras de radio.
Si, tras una conexión en directo, alguien tenía la ocurrencia de agradecerme públicamente la información que acababa de ofrecer; o si, tras una noche electoral, el responsable de la coordinación de la cadena felicitaba a los periodistas de la redacción que yo dirigía por su trabajo, indefectiblemente, contestaba con la frase acuñada por Martínez Reverte: me pagan por esto.
He de reconocer que esas palabras me reportaban grandes satisfacciones personales, pero provocaba gran insatisfacción, cuando no enfado, en mis interlocutores, especialmente entre mis jefes. Sin embargo, aunque me lo propusiese, era algo que yo no podía evitar, mis labios se movían más rápidos que mi cerebro. Y, qué diantres, en el fondo tampoco quería evitar decirlo. Era la verdad, me pagaban por ello, y no consideraba necesario ese agradecimiento público. Con el sueldo mensual y con que no me despidiesen, me consideraba suficientemente pagado.
De todo lo anterior, y de muchos más detalles que, por ahora, me callo, se podría deducir que yo era un ciudadano periodista bastante atípico, con un ego chiquitito que no necesitaba engordar a base de loas públicas. Y aún más, y mucho peor, era y soy un apóstol radical de una práctica que provoca urticaria intelectual al 90% de mis colegas, eso que, despectivamente, se ha dado en llamar "periodismo de periodistas", pecado nefando contra el primer mandamiento de la profesión: serás corporativista por encima de todas las cosas.
Muchos años después, cuando ya no ejerzo de periodista remunerado, El Radio me ha brindado la oportunidad de pecar grave y reiteradamente contra ese mandamiento, de engolfarme en la crítica, ácida pero (casi) siempre respetuosa, hacia la praxis profesional de aquellos que yo considero lo peor del Periodismo: los que lo ejercen. Algunos tildarán de ajuste de cuentas, de revanchismo, de envidia por no poder ser califa en lugar del califa, lo que hago de lunes a viernes, y puede que no les falte razón, pero intento aplicar a rajatabla otra máxima de mi cosecha: el sarcasmo bien entendido empieza por uno mismo. Así que, abandonad toda esperanza. Cualquier diatriba, cualquier invectiva que alguien pudiera dirigirme, yo ya la habría escuchado de mis propios labios.
Con ese espíritu comienzo mis colaboraciones con Bernabéu Digital, crítico pero sin creerme en posesión de LA Verdad. A mí, como a Iñaki Gabilondo, me aterran aquellas personas que no albergan la más mínima duda. Y ya que han pasado más de treinta años desde que Martínez Reverte dejó de escribir en la última de El PAÍS, pensé en titular esta columna semanal (No) me pagan por esto, pero hasta yo tengo un límite.
PS: Aunque madridista, soy de Bilbao, así que, para cumplir con el estereotipo, nunca está de más soltar una frase lapidaria al estilo Horatio Caine: "Yo no soy de Bernabéu Digital; Bernabéu Digital es mío".