El cono de los Manolos
De pronto un día la industria periodística descubrió que la información es cara e hija exigente del esfuerzo y se entregó a la opinión y el divertimento. El rigor perdió su papel como vara de medir y la frivolidad se convirtió en el ingrediente principal de todas las salsas. Opinar dejó de ser una actividad sancionada como un derecho y se convirtió en obligación. El periodista abandonó entonces el olfateo de hechos relevantes y contrastados que había que relatar con disciplina notarial y se entregó a la fiesta nacional de sentar cátedra sobre todo aquello de lo que no se tiene la menor idea. A esa modalidad y a la del cachondeo, el chistecito de trazo grueso y la carcajada ronca. Y es así como hemos llegado al cono de los Manolos.
El cono de los Manolos es el enésimo peldaño de una larga trayectoria, la guinda de un pastel que se empezó a elaborar hace años, cuando los editores del informativo de Cuatro decidieron pasar con naturalidad de la última matanza en países remotos a Lama y Carreño soltándole gañanadas a la chica del tiempo. Un día los presentadores le preguntaban a Florentino y se contestaban ellos mismos. Y otro se daban un viaje europeo con el Atleti y en lugar de anunciar tácticas y estrategias echaban el rato entre colegas a costa de un mendigo flipado.
El último episodio de los Manolos ha sido el vídeo del cono, que al parecer es Arbeloa tirado por el suelo, patán él, pobre chico que se arrastra por la misma hierba que siente orgasmos a cada pisada de Iniesta. La pieza, a falta de material potable y de la mínima voluntad para hacer lo que los clásicos y el diccionario entienden por periodismo, llenó un rato ligero con sus dobles sentidos y su música dicharachera a lo Benny Hill. En el fondo, el cono de los Manolos es la enésima prueba de que el tratamiento televisivo del deporte ha encumbrado como referente al cómico inglés por encima de Edward R. Murrow. Y eso en el improbable caso de que los Manolos tengan alguna noción de quién fue ese señor, claro.
Menos mal que nos queda esa aldea de Asterix llamada Informe Robinson, la antítesis excepcional del cono de los Manolos. A ver cuánto duran, por cierto, pues los tiempos no están para eso sino para el monopolio de la opinión gritada y los chistes obvios de quienes no tienen más lecturas en el cerebro que las instrucciones de un bote de champú.
De la ignorancia institucionalizada al formato deportivo de los Manolos no media ya ni medio grado de separación. Esa fusión, por cierto, cuenta con la decisiva colaboración de quienes miran desde el otro lado de la pantalla en lo que acaban una hamburguesa grasienta. Me refiero a esa gente instalada cómodamente en el "jaja" que piensa que el amor es lo que pasa entre "tronistas" poligoneros igual que el fútbol consiste en descojonarse de forma displicente con los tropezones de Arbeloa, quien, según creo, ha ganado también mundiales y europeos.
A ver si el cono de los Manolos también es ese tipo de espectador que han creado.
O, mejor dicho, sobre todo.