Having a relaxing cup of Benzema in Bernabéu
Porque él es la quietud. Podría haber un ataque químico en el Bernabéu, con ántrax en las bolsas de pipas Grefusa, y el francés seguirá impávido, quizás en fuera de juego, esperando a alguien con quien asociarse. A lo mejor con el mapache que lleva por peinado. Pero así es él, puede que lo más especial que haya en el Madrid tras la marcha de Özil. Benzema es al Bernabéu lo que la estatua ecuestre de Felipe III a la Plaza Mayor madrileña. Algo notorio, que emana clase pero cuyo sosiego eterno desespera, especialmente a los mochileros nerviosos. Y bastante menos al viajero reposado que lo contempla, café mediante, sin odio inoculado. Y de mochileros nerviosos está el Bernabéu lleno. Un Bernabéu que es una aglomeración de conductores pitando por costumbre en la Gran Vía. Universo de frustraciones.
Pitar a un futbolista que no ha hecho ningún acto antiprofesional es pernicioso. Hacerlo en la tercera jornada de Liga es demente. Pero pitar en esta tercera jornada al jugador que ha hecho dos goles y dos asistencias, y que me perdonen los que lo hicieron, es dañar al Real Madrid. Porque una parte de la afición, cuyo calor se perdió en las gradas sentadas, en los discursos de Roncero aireando su gran sabiduría y en las calefacciones florentinescas, daña al club desde hace tiempo con actos de este tipo.
Benzema emergió después de una etapa de delanteras de brega y estilo de piedra pómez. Después de años de atronador aplauso a la carrera tribunera de Raúl y sus temporadas de 9 goles en 35 partidos. Benzema era la distinción a pesar de que jamás será un '9'. Eso, los vaivenes internos de su primera y última temporada y su inherente frialdad con respecto a todo su entorno, cual caracol ajeno al bosque, le han penado en Madrid sobremanera. Hay quien dice que todo jugador que quiera triunfar aquí debe aguantar estos desaires de su propia gente, como ya le ocurriera a Cristiano e incluso al propio Zidane. Quizás es cierto y no por ello menos triste.
La realidad es que el francés, como diría el ausente @IFM_Soprano, tiene un balón de oro en sus piernas. Su cabeza es la que en ocasiones ha devaluado su marca. Una cabeza confusa de por sí, azuzada por campañas bruscas de cultura futbolística soez ("Benzema, estás muerto" en Marca o las cruces ensangrentadas de Deportes Cuatro) y por seguidores dispuestos a digerirlas sin ardor de estómago. Su éxtasis llegó en la conjunción de palo 'mourinhesco' y zanahoria 'zizoudiana'. Aquella añorada 2011/2012 de los Récords, donde el francés hizo 32 goles y 21 asistencias, con muchos minutos de banquillo. Mourinho, aunque dio muestras de nunca fiarse de él totalmente en el que para mi gusto fue uno de sus mayores errores, sacó de Benzema la mejor versión de su carrera.
25 años. 31 goles en Champions League. Dos piernas que imantan el balón estrellado de la máxima competición europea, donde ha resuelto partidos trascendentales en los últimos años. Benzemá no es café con leche, es un café au lait en el establecimiento más caro de París. Es paladear las mejores fragancias del fútbol de su extraña mezcla entre '10' y '9' que a veces desespera. Y bendita desesperación comparada con los regates a su propia bota de Drenthe o los registros goleadores de Higuaín en Champions. Cristiano siempre vivió feliz a su lado, como puede vivir Bale. El francés, criado en extrarradio, también debe aprender a vivir en las cañerías del fútbol sin que por ello pierda su mejor esencia. Eso le aupará a la gloria. Y su gloria será la del Real Madrid.
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