Mentira por ausencia
"Una imagen vale más que mil palabras"
(Ni se sabe quién)
¿Cuántas veces habéis oído esa expresión? ¿Cuántas habéis pensado: es verdad, qué razón tiene, sin pararos a pensar que tal vez es profundamente errónea? Sí, es cierto que hay imágenes que, en sí mismas, son un editorial más certero e impactante que un texto formado por mil o, incluso, diez mil palabras. Me vienen dos a la mente: la de un joven manifestante contra la guerra de Vietnam metiendo flores en los cañones de los fusiles de los soldados que les impedían el paso, y la del ciudadano chino, armado con un par bolsas de plástico, de ésas que te dan en cualquier supermercado, plantado delante de cuatro carros de combate en la Plaza de Tiananmen. El mensaje que ambas fotografías te transmiten, su intensidad emocional, sería difícil de igualar con palabras.
Si nos quedásemos con estos dos ejemplos, o con otros similares, que los hay y muchos, esta columna podría terminar aquí. Nada más que decir, todos de acuerdo. Pero las imágenes también pueden mentir, y no me refiero a retoques digitales tan utilizados en, por ejemplo, revistas como Interviú. Unos toques de pincel de clonar aquí, una par de efectos de desenfoque allá, y, como por encanto, desaparecen arrugas, estrías y hasta algún que otro kilo de más.
En el mundo del deporte, más concretamente del fútbol, las posibilidades de engañar a través de una imagen son casi ilimitadas. Cambiando el punto de vista, el ángulo desde el que se toma una fotografía, lo que vemos en ella puede ser blanco o negro sin alterar ni un solo píxel. Un fuera de juego clarísimo, de esos que se llaman clamorosos, de acuerdo con una determinada imagen, puede convertirse en todo lo contrario, una posición ajustada al reglamento, sólo con abrir un poco el campo de visión y descubrir a un defensa que habilitaba al delantero.
De acuerdo, me diréis, estás hablando de fotografías, de imágenes fijas, pero, ¿qué me dices de las imágenes en movimiento, un vídeo, una película, una transmisión televisiva? Seguro que las posibilidades de “engañar” al espectador son menores.
Pues tampoco.
En televisión, como en cualquier otro medio visual/audiovisual, rigen también los principios del ángulo de visión o el encuadre y, además, se añaden otros elementos distorsionadores de la realidad como, por ejemplo, la repetición de jugadas a cámara lenta. Ésta, lejos de aportar matices y claridad a una acción, lo único que suele hacer es falsear lo que realmente ha sucedido sobre un terreno de juego.
Pese a todo lo que he escrito hasta el momento, para mí, el mayor peligro, la mayor mentira de una transmisión televisiva, radica en lo que podríamos llamar realización editorializante. La repetición constante de las faltas de un equipo, unida a la ausencia de reciprocidad con las del otro, puede hacer llegar al espectador la idea de que uno de los contendientes está formado por gentlemen de Oxford y el otro por violentos pandilleros del Bronx. Y cuando los exquisitos caballeros dejan de hacer honor a su condición, si acaso repito una vez la acción con una cámara situada en el quinto anfiteatro, desde la cual los futbolistas parecen hormigas correteando por el césped. No es preciso alterar las imágenes, simplemente incido machaconamente en las que me interesan y omito vergonzantemente aquellas que van en contra de la línea editorial de la transmisión.
Por todo lo anterior, aún no salgo de mi asombro cuando leo las protestas airadas de seguidores del Atlético de Madrid, con el coro y la ayuda inestimable de unos cuantos ciudadanos periodistas, contra la transmisión de TVE del partido de vuelta de la Supercopa de España. No recuerdo una manipulación más burda y descarada de lo acontecido desde los tiempos en que, en la época del franquismo, las cámaras de esa misma TVE apuntaban a la techumbre de un estadio cuando se producía un incidente que se quería escamotear al espectador.