Özil y la destilación del alcohol
Quizás sí, fuimos borrachos de bar. Bebimos hasta la arcada de 2013. Tres años de intensa embriaguez, con cientos de posos de vasos en la barra y cigarros muy apurados en el suelo. Fue como repetir a diario cervezas de tarde, copas de noche y chupitos de after, cuando el sol ya alcanza el cielo y molesta si le miras. Cada rueda de prensa, cada partido, cada jornada de insidias, remando contra lo políticamente correcto, contra lo cómodo. Mourinho nos servía las copas tras la barra, pero jamás intermedió en nuestras peleas. Y entre sus trabajadores en aquel tugurio de 500 millones de euros, todos recordamos al destilador.
A Mesut Özil, que nos dejó ayer, ya le esperan en Arsenal Tavern. El ojiplático intermediaba para que cada riada de salvaje alcohol fuera asimilable, para que cada irracional contragolpe tuviera un sentido. Özil no jugaba al fútbol. Özil levitaba, como dijo Pedro Ampudia. Flotaba llevando el balón de uno a otro sector del campo. Acostumbró al madridismo a entender que las leyes de la física no siempre son irrefutables.
Cada Madrid-Barsa era como Supermartxe de taberna en Madrid, Londres o donde fuese. Una sublimación de bebida y júbilo, de madridismo salvaje, donde todo estaba autorizado. Abril de 2012. Esa fue la última gran noche. Mesut oteó Mordor, le entrego la espada a Cristiano y éste asestó el golpe final. Un 1-2 que fue como varios chupitos consecutivos de absenta. Poco recuerdo más de aquellas semanas pues el alcohol nubló mis recuerdos; sólo fugaces frames de una tanda de penaltis, que fue como una pelea de borrachos en la que la bebida minimiza los daños. Pese a las heridas, sí recuerdo mucha felicidad en una Cibeles primaveral, con claroscuros, donde la lluvia dio paso al sol a la llegada del 'Madrid de los Récords'.
La resaca duró un año, aunque también la pasamos bebiendo. Levantamos para brindar menos copas de las deseadas, pues muchas veces nos tiraron los vasos cuando iban a chocar sus cristales. Tan cierto como que 2012 mereció un brindis en el país natal de Mesut, en el Allianz Arena. El brindis de una generación, en la que los ojos saltones del menudo mediapunta eran el reflejo de nuestro carácter despierto. Ya son sólo brillantes memorias de tragos, sonrisas, besos y felicidad para quiénes supimos disfrutarla. Quizás toque ahora una etapa de gintonics con lima, de ciertas contrariedades y hasta de decepciones. Pero siempre habrá un brazo que levantar para pedir un chupito de lo más duro que haya tras la barra. Y una sonrisa de complicidad entre dos combatientes de aquellas batallas.