Rebeca
"Dios te libre del día de las alabanzas"
(Mi madre… entre otras muchas otras personas, supongo)
La que da título a esta columna es una expresión que he utilizado muchas veces, tanto en El Radio como en las RRSS, Twitter más concretamente. Habitualmente se emplea para, con un cierto toque de humor negro, resaltar el hecho de que, por muy criticado que hayas sido en vida, una vez muerto parece que todos tus pecados han sido olvidados y pasas a ser un ángel beatífico. Y no sólo a posteriori, es que siempre lo fuiste. Estoy por pensar que es una variante macabra de otro dicho que reza "a enemigo que huye, puente de plata", pero tal vez sólo sea un delirio mío, otro más.
En ocasiones, aunque siempre existe alguna que otra excepción, ni siquiera es necesario que esa muerte sea real, definitiva, sino que basta con desaparecer de la escena profesional o personal. Por una u otra razón, tu presencia era molesta para alguien —o para muchos—, así que, si haces una discreta salida de escena y te alejas del ecosistema hostil, recibirás casi los mismos elogios que si hubieses estirado la pata con mejor o peor estilo. Lo importante es que ya no estás, dónde y cómo te hayas ido resulta secundario.
Como decía en el párrafo anterior, existen excepciones a esta regla, a estas reglas, la del día de las alabanzas y la del puente de plata, como se pudo comprobar en el caso de la marcha de Jose Mourinho, del banquillo del Real Madrid, donde molestaba, y mucho, a la prensa, al del Chelsea. En su caso, pese a todas las proclamas de los ciudadanos periodistas, no hubo ni olvido ni perdón, ni alabanzas ni puentes de plata, sino rencor e inquina en grado superlativo. Mourinho había causado mucho daño, es verdad, un daño irreparable, pero no al Real Madrid como los voceros de la prensa se afanaban en repetir incasablemente, sino a estos mismos filibusteros de los medios, a quienes dejó con todas las vergüenzas al aire. Los porqueros, que no los reyes, estaban desnudos, y así siguen y seguirán para muchos consumidores de información deportiva.
Pero me estoy alejando del motivo de este escrito, el día de las alabanzas al ausente, y sobre el que se deshacen en elogios aquellos que, estando aún presente, minimizaban sus logros, ninguneaban su existencia, relativizaban sus méritos, como una Mrs. Danvers cualquiera, comparándolos a todas horas con la anterior Señora de Winter.
Ahora que ya no está, Diego López ha pasado a ser —y siempre lo fue— un extraordinario portero que hizo una gran campaña la temporada pasada. Ahora que ya se ha ido, desempolvan las viejas y olvidadas teorías según las cuales es el entrenador, y sólo el entrenador, quien debe decidir qué jugador ha de saltar al campo como titular —como si en el pasado esta regla hubiese quedado en suspenso—. Con Diego López camino del Milan, dicen, los actuales porteros del Real Madrid han de partir de cero y ganarse la titularidad en los entrenamientos y en los partidos según el criterio del cuerpo técnico, y el que lo haga mal, se llame como se llame, habrá de ir al banquillo.
Pero eso sólo es la teoría, la expresión de la euforia por el éxito alcanzado y la necesidad de blanquear su imagen, algo que resulta imposible porque la podredumbre no tiene vuelta atrás y el hedor que desprenden es imposible de enmascarar. No sólo están desnudos, sino que están muertos profesionalmente, perdida la credibilidad más allá de toda posible recuperación. Por eso no es de extrañar que, bajo tanta palabrería elogiosa hacia al que se ha marchado, se escuche el sonido que ellos mismos producen limpiando y engrasando las escopetas con las que disparar al que acaba de llegar.