Sergio, Clos y otros chicos del marrón
Me estaba bebiendo una cerveza y comiendo un pepinillo y me dio un ataque de fatalismo. Así que salí corriendo al Twitter para quitármelo de encima: "A mí el clima de suficiencia y casi euforia que percibo entre el madridismo me da mucho miedito para esta tarde. Llámenlo memoria". Era la una de la tarde y había estado leyendo no sé qué de la posesión y de un estilo primoroso, ingredientes que mezclados con un encurtido fuerte y un viaje a Pamplona no pueden deparar nada bueno.
Lo que dejé escrito en menos de 140 caracteres podría haber acabado siendo cualquier cosa. Y terminó en premonición. El Sadar a mí siempre me hace el efecto del helado en la caries. Escucho el nombre del estadio y siento una pellizco punzante, una especie de dolor que podría ser una patología que se llamara Bustingorri. O algo así.
Vamos, que adiviné en el pepinillo el padecimiento que se me venía. Mi videncia, sin embargo, no me dio para olerme a Clos, que es un árbitro torpón con tendencia a hacerse notar. El tipo miró al limbo cuando le tocó señalar un penalti y expulsar a uno de Osasuna pero sacó la mano a pasear con ligereza en el arte tarjetero cuando tuvo delante a Sergio Ramos.
Que a Ramos lo expulsen es tan frecuente como verle en El hormiguero o como tropezarse con las exigencias de René en los despachos del Bernabéu. El hombre el que se supone que juega, digo suele elegir, además, pasajes estelares para abandonar el campo. Ir perdiendo en Pamplona por 2-0, por ejemplo, ha sido el último. Ya que se lleva una roja y que abultan tanto en su curriculum, bueno es lucirlas para que los aficionados se mosqueen con ganas.
Lo cierto es que, por una vez y examinados en rigor los hechos, Sergio no mereció tanto castigo. De que compró boletos tampoco hay duda, eso sí es verdad. Y de que el niño Clos estaba loco por cantar su Gordo particular, tampoco. Menos mal que el Madrid acabó pillando la pedrea, esa alegría gris del que juega. O sea, que empató.
Tener cierta sensación de conformidad con un punto navarrico los puso a todos un poco en su sitio. Cristiano anduvo desacertado. Bale, desaparecido. Benzema, errático. Di María, cuando entró, espantoso. Los laterales, supuestamente ofensivos, descentrados. Diego López, dubitativo. Estuvieron casi todos marrones en una tarde que se tiñó de marrón y a la que sólo Isco le sacó unas notas de color.
Queda mucha Liga, claro. Queda, para empezar, una visita a Mestalla sin Pepe, Ramos y Varane. Yo, por si acaso, la semana que viene no me acerco al bote de pepinillos. Ni de coña.