Zidane tiene un púgil que no hace ruido

Bernabeudigital.com

Uno de los luchadores de los que se ganan el afecto en el Real Madrid es Nacho. El madrileño, siempre dispuesto para la fricción y la brega, no escatima a la hora de abonar la hierba con el corazón, y sin estridencias pero con un rendimiento notable no suele dejar borrones en su juego. Este verano pareció pasársele el arroz cuando el polivalente Militao estampó su firma. Quedaba como cuarto central en discordia y si ya es quimera taladrar el eje Ramos-Varane, debía pujar con un recién aterrizado que costó el riñón de 50 millones. Llegaba con la siempre favorable carta de presentación de la polivalencia después de que en el Porto ya mostrara sus dotes tanto comandando la zaga como tirado al costado diestro. Pero esa misma baza explotó el canterano, aunque olvidado en el desván de la memoria no tuviese focos desde la fatídica noche de Brujas el primero de octubre. Dos meses y medio después y con enfermería mediante, Zidane le dio chance en la enjundia de Mestalla contra todo pronóstico. Fuera de zona, ejerció en la izquierda y no desentonó, a pesar de que por allí se forjó el postrero gol de Soler. Era el eslabón más débil y Celades lo sabía, y por allí dispuso de Manu Vallejo a la hora con las ayudas de Wass y el dinamismo del rutilante Ferrán. Aún así y atendiendo al contexto, el '6' no suspendió. 

Demostró al marsellés que en caso de fuerza mayor tenía en él parte del plan del Camp Nou, y aunque quedó fuera, ingresó ante el Athletic a la hora tras fundírsele las largas a Militao. Como se suele articular, entró y no besó, pero rozó el santo con un virulento testarazo a la madera. De esos jugadores que todo vestuario precisa, trabajador en silencio y sin replicar por emolumentos. Le daban por muerto, y aunque no estaba de parranda, casi tres meses después reclama por méritos propios su escaño en el acuciante arranque de 2020.