CONCURSO BD - La Duodécima ya está aquí: disfruta de la opinión de nuestro ganador Eduardo Leira
¡YA TENEMOS GANADOR! La Duodécima brindaba una magnífica oportunidad al aficionado para ocupar portada en Bernabéu Digital y Eduardo Leira no la ha desaprovechado. No ha sido fácil elegir uno por encima del resto. Pero las vivencias y la prosa de Eduardo nos hizo decantarnos por su escrito. No pierdan la esperanza, concursos habrá muchos más. Mientras tanto, enhorabuena a nuestro ganador por sus vivencias traducidas en el artículo de la Duodécima. Aquí pueden leer el artículo de Eduardo Leira:
Pues sí. He de reconocerlo. Yo soy de los aficionados madridistas que han visto perder a nuestro querido equipo una final de la Copa de Europa (para mí, más allá de denominaciones contemporáneas, el trofeo de trofeos siempre será la Copa de Europa). Hace ya treinta y seis años de ello, pero todavía flotan en mi memoria aquellos recuerdos de mi tierna infancia frente al televisor Inter (en blanco y negro, por supuesto, la tele en color entró en mi vida junto a Naranjito al año siguiente) que presidía mi casa. Cierro los ojos y veo como si fuera hoy las interferencias de la retransmisión desde París, aquel globo de Camacho que nos dejó a mi padre y a mí con la miel en los labios, aquella jugarreta que el destino jugó a nuestro noble Rafa García Cortés, o las maldiciones de mi padre tras apagar el receptor, echándole la culpa de la derrota al gafe que suponía haber mancillado el blanco inmaculado de nuestro uniforme con tres franjas moradas de una conocida marca deportiva. Desde entonces, sólo he disfrutado de finales ganadas.
Si yo fuera el replicante de Blade Runner diría todas esas cosas inimaginables que he visto, como a nuestro Pedja haciéndome llorar y abrazarme a seres desconocidos cuando hacía ese escorzo hacia la gloria. Como a Raúl en aquella carrera interminable y a la vez efímera hacia la octava maravilla que viera el mundo del balompié. Como aquel momento en que el que el prestidigitador ZZ sacó de la chistera el truco mágico de agarrar un balón inverosímil y limpiar de polillas la escuadra del portero alemán haciendo que pareciera sencillo. Como cuando el Tarzán de Camas nos aplicó la descarga milagrosa que hizo que nuestro agotado y casi inerte corazón comenzara a bombear la sangre de la Décima. Como cuando Luquitas fue a lanzar ese penalti como si estuviera en el parque de Curtis, usando como portería un columpio y se estuviera apostando un bocadillo. Todo eso he visto, y además, a diferencia de Roy, estos recuerdos no habrá ni lágrimas ni lluvia que los emborrone. De ahí que este sábado, aparte del cosquilleo normal que siempre se siente cuando estamos ante un partido de estas características, este humilde escribiente se había puesto ante la terrible perspectiva de ver perder una final a su amado club. Y no le preocupaba perder. Para perder una final hay que llegar a ella. Y eso es tarea a veces hercúlea. Y máxime cuando uno tiene enfrente al Real Madrid de Italia, a la Juventus con su elegantísimo capitán al frente. Pero cuando el sentimiento de temor invadía al abajo firmante, en seguida y de manera irracional salía el espíritu indomable de aquellos jugadores que en el 81 nos hicieron sentir orgullosos de ser madridistas. En lo más profundo de mi yo sentía una voz con acento malagueño que me susurraba. ¿Pero como piensas en perder? ¡¡¡ Somos el Madrid!!!.. Y ahí supe que la final era nuestra. La tarde avanzó a paso de caracol. Llegó la hora fatídica. Encima de la mesa, el altar con los dioses mayores del madridismo. Don Santiago Bernabéu, el Beato Alfredo Di Stéfano y san Juan Gómez Juanito. El estómago, vacío. Las pulsaciones, a punto de reventar cualquier aparato que se atreviera a tomarlas. ¡¡¡Pura vida!!! Grito cuando nuestro Mazinger Z mete una mano salvadora. Me revuelco por los suelos, grito, me desbordo cuando Cristiano llena de cloroformo la grada de la Vecchia Signora. Maldigo que sea precisamente alguien que ha vestido con las rayas canallas de los colchones haga un gol inverosímil. Respiro aliviado cuando el colegiado de la contienda (como decían los clásicos) decreta la tregua de la batalla de Gales. Y cuando mi esposa destapaba el botellín de Estrella Galicia que iba a refrescar nuestro maltrecho gaznate, se le ocurrió decir la frase maldita. “Me parece que esta final se la llevan los italianos”. El acento malagueño de mi yo interior volvió a surgir en mí, y no me quedó más remedio que decirla: “¿Pero como piensas en perder? ¡¡¡ Somos el Madrid!!!”
El resto ya es historia. Casemiro (titular) me hizo llorar. Cristiano me hizo llorar. Asensio me hizo llorar. Modric y Kroos (Pero ¿Cómo es posible que estos señores no tengan un balón de diamantes cada uno?) me trasladaron a otra dimensión. La dimensión de la felicidad más absoluta. Y cuando nuestro capitán alzaba la duodécima no pude dejar de acordarme de aquel televisor Inter, de los once jabatos que nos llevaron con un equipo humilde pero con toda nuestro ADN merengue al borde de la gloria, de aquel Madrid en blanco y negro que nos inculcó todo lo que somos a los que ya empezamos a teñir y desteñir canas. Y no pude dejar de acordarme de mi padre maldiciendo las rayas moradas de Adidas y diciéndome. “Cuando veas ganar al Madrid seis copas de Europa hablaremos”. Y sonreí. Y le dije: “Solo falta una, papá, la del 2018”. Historia que tú hiciste, historia por hacer.