A Lisboa quemando Múnich
El pasado 12 de abril, Luis Figo sacaba la bola del Bayern de Múnich, lo que convertía al equipo de Guardiola en el rival de los blancos en semifinales. La cara del exjugador del Real Madrid lo decía todo, sabía que era el peor rival posible de los tres y así lo sentían muchos madridistas, entre los que me incluyo. Los días previos al partido de ida no dejé de escuchar que nos iban a hacer un traje, que el sueño de la 'Décima' se iba a quedar otra vez en los laureles y que el inventor del fútbol iba a acabar con nosotros de la forma en que su Bayern acabó con el Barcelona el año pasado.
De esta guisa nos plantamos en el Bernabéu el pasado 23 de abril. La afición, como era de esperar, respondió como se esperaba en una de las grandes citas, apoyando al equipo desde una hora y media antes y vibrando en el campo como pocas veces se recuerdan. Tras 90 minutos de lucha, sacrificio y trabajo, nos íbamos para Alemania con un 1-0 gracias al gol de Benzema. Para muchos, poca ventaja teniendo en cuenta la cantidad de ocasiones claras falladas, pero con la sensación de este Bayern no asusta tanto como el de temporadas pasadas.
Nada más terminar el partido, desde tierras germanas comenzaron a calentar el partido de vuelta. Unos apelando a la afición, otros asegurando que no tenían nada que hacer contra el Bayern, otros diciendo que parecía que el Madrid ya estaba en la final, pero todos ellos hablaban del infierno del Allianz y de lo que esperaba a los blancos y de que iban a arder los árboles.
Si tiramos de enciclopedias, se necesitan tres elementos principales para formar un fuego; calor para iniciarlo, un combustible para que no se apague y oxígeno para que se propague. El Bayern tiene los dos primeros, un equipo para iniciar el fuego y una afición que impide que se apague, pero le faltó el oxígeno, lo más importante y que fue el gran mérito del Madrid en esta eliminatoria. Oxígeno entendido no como fuerza física, que tienen de sobra, sino como fuerza mental para tener las ideas claras. El Bayern planteó la eliminatoria a golpe de toques y posesión, pensando que eso iba a ser suficiente para llegar a la final, tal y como le había servido contra Arsenal o Bayern. Sin embargo, la red planteada por Ancelotti dejó en bragas a Guardiola, incapaz de establecer otra idea si su plan A -y el B, C, D y E- fracasaban y acabó por extinguir un fuego que duró exactamente 20 minutos, el tiempo que tardó Sergio Ramos en lograr su venganza y acercar a los blancos a Lisboa.
En la otra orilla, más que un triángulo de fuego, lo que presentan los blancos es un tetraedro. El mejor club de la historia no solo tiene la chispa para iniciarlo, el combustible y el oxígeno, sino que también tiene otro elemento que ayuda a la propagación y que se conoce como la reacción en cadena. Porque el Madrid no solo es capaz de hacer que arda Múnich, sino que con su exhibición ha acabado de una vez por todas con el mito de la posesión, ha puesto en jaque a toda una institución como es el Bayern y ha cambiado la tendencia de los últimos doce años en la máxima competición europea. Ganemos o perdamos el próximo 24 de mayo, esta pequeña llama que llevaba años en el mínimo por fin se encuentra en su máximo esplendor. Disfrutemos madridistas, porque nos lo hemos merecido.