El fútbol es un estado de ánimo
Debutaba Zidane en el banquillo del Real Madrid con una afición tan entregada que acudía en masa con antelación al estadio para que cuando el speaker anunciara su nombre por los videomarcadores del Bernabéu, agradecieran con una atronadora ovación al que les había devuelto, en tan solo un par de entrenamientos, la ilusión y el apego al equipo. Esa es la palabra que define los primeros días de Zidane como entrenador, la ilusión. Tanto es así que hasta la tienda del Bernabéu ponía en venta camisetas con el dorsal y el nombre del hombre que, amparado en la magia con la que regaba cada noche el estadio, se instituye como protagonista de un proyecto tan dudoso en la aptitud del técnico -recordemos que Zidane estaba en proceso de crecimiento al mando del Castilla- como ilusionante para todo el madridismo. El primer partido dio rienda suelta a la esperanza. El equipo permaneció junto entre líneas, recuperando balones, adoptando el juego de posesión efectiva como estandarte de una imagen que se completó con ayudas permanentes, una actitud reconocible y cinco goles como cinco soles en una especie de justicia poética en alusión al dorsal que lucía en la espalda el mejor jugador que han visto nunca estos ojos.
No podría ser otro número, cinco. El efecto Zidane hacía que parecieran lejanas las ausencias de sonrisas en jugadores y afición, y unía a ambos en una simbiosis que parecía imposible con Benítez en el banquillo. Benzema alcanzaba los 100 goles en Liga, Bale anotaba un hat-trick en el mejor partido como jugador del Real Madrid desde que llegara y Cristiano completaba un gran partido pese a no ver puerta. Kroos y Modric brillaron como antaño y Carvajal volvía a la titularidad en un esplendoroso partido después de meses de lesión. Porque, como dijo Valdano, "el fútbol es un estado de ánimo", y el del Madrid de Zidane es el de la ilusión.