Esa pobre gente
El Bernabéu es ese lugar en el que a la gente le cuesta reconocer a los suyos. Y eso que van de blanco, que es color bien visible. En esas ideas andaba yo enfrascado mientras intentaba quitarme de encima la pereza de la sobremesa. No había acabado y el Madrid ya le había metido cuatro a la Real. Si la modorra no te la quita un gol de Khedira no te la quita nada en el mundo.
En eso pensaba ya metido en el descanso, en parte conmovido por toda esa gente que acude a la Castellana para reprender a los suyos y jalear al primer rival habilidoso o guapo al que cambie su entrenador. O para romperse las manos con la imagen digital en el marcador de algún suplente propio y con pedigrí. Se habían quedado sin motivos, los pobres, para desahogarse. Era para sentir un poco de lástima, pues había marcado hasta Khedira, que dan ganas de terminar cada párrafo recordándolo.
El Madrid había completado tres cuarto de hora demoledores que no admitían la menor enmienda. Con Modric omnipresente y Benzema en plan artista, llovieron las combinaciones, los desmarques y los goles. Xabi Alonso repartió pases kilométricos y precisos. Cristiano se hinchó. Y, que entonen los ángeles del paraíso sus cánticos celestiales, no había concedido una sola ocasión de gol al rival.
Así, pensaría más de uno de los presentes, es imposible odiar. Pero esa pobre gente no pudo contenerse en cuanto asomó la ocasión. Los chicos de Carletto salieron a ahorrar energías tras el receso, en parte porque vienen repescas a vida y muerte con las selecciones y, poco después, esos campos de Dios de la Copa del Rey. Así que los odiadores profesionales hincharon los pulmones y pitaron los pases atrás y una mala entrega de Karim. Ellos sin lo suyo no suelen quedarse.
Hay quien lo llama exigencia, pero la insatisfacción crónica no es propia del exigente sino del acomplejado. Da igual, además, la demagogia con la que construya su discurso, ya que un día ese socio irritado se cisca en Higuaín y al mes siguiente alega que venderlo fue un error garrafal. Qué más da.
Es la queja del desahogo el arma de un tipo de seguidor paupérrimo que paga para aliviarse por mucho que Ronaldo enchufe una falta con el arte mortal del veneno. El caso es exteriorizar el cabreo, aun cuando su supuesto equipo gane con una manita y un rato de excelencia. Llega otro parón liguero y vamos a estar unos cuantos días sin sentir a esa pobre gente. Qué alivio.