La historia de Zied
Uosama Alabed Almohsen y su hijo Zied huían de la muerte. La dictadura en su país, sumada a la barbarie del Estado Islámico, forzaba a padre e hijo hacia un periplo henchido de penurias, hambre, sangre y más muerte. El horror de la guerra sustituía frenéticamente los sueños deportivos de ambos al intentar llegar a Europa. El padre, entrenador profesional en su país; el hijo, enamorado del balón y entusiasta de Cristiano Ronaldo. Las ilusiones de ambos desaparecían, caída la noche, entre lamentos. En la frontera de Hungría, la vida, encarnada en la fascista Petra László, zancadilleó a padre e hijo cuando corrían hacia la luz. “Zied lloró durante dos horas. Estaba aterrado”, confesaba Osama días después del inhumano suceso. Por entonces, el salvajismo que vivían impedía prever el futuro.
Si después del suceso con la periodista húngara, en medio de la movilización caótica producto de la desesperación de aquellos que huyen de la oscuridad, alguien le hubiera asegurado a Osama que su hijo sería el niño más feliz de la Tierra justo una semana después, ni la esperanza más tranquilizadora harían al padre de la criatura aceptar dicho escenario. Pero el Real Madrid, a parte del millón de euros donado a los refugiados acogidos por España, se propuso con firmeza volver a dibujar una sonrisa en la entrañable cara del joven Zied. Lo que era imposible una semana antes, se convertía en realidad tras la visita al Bernabéu, la ciudad deportiva, sala de trofeos y las instalaciones del club blanco. El culmen llegó cuando conoció a su ídolo, Cristiano Ronaldo, y salió junto a él al césped del estadio que esperaba el inicio del partido contra el Granada. Del llanto a la sonrisa, el pequeño cumplió su sueño. De la tristeza a la felicidad gracias a un simple beso en la mejilla del jugador cuyos goles celebraba cuando la guerra no asomaba en su país. De la oscuridad a la luz, más blanca que nunca. De la muerte y la guerra, a la vida. Gracias a la lucha de un padre, vestido de héroe, empeñado en vivir.