Madrid - Bilbao y el fútbol moderno
Un Madrid-Bilbao a las 16:00 horas de la tarde bajo las amenazas del poder del fútbol moderno y con vicisitudes propias del status quo actual que, sin embargo, pareció por momentos instalado en la configuración inmemorial del fútbol puro que se jugaba entre aficionados de pie, botas de cuero y tierra mojada. Porque cuando la pelota echa a rodar y uno viste los sentimientos del equipo al que se pertenece, el espacio-tiempo y la modernización del fútbol se antojan secundarios. Aprovechando la cercanía de San Valentín, el calendario nos regaló un partido de dos de los equipos cuya historia jamás se ha visto abocada al infierno de la segunda categoría. Dos de los históricos de nuestro fútbol, aquellos que protagonizaban los partidos de sudor y barro que los románticos conservan en la retina como modelo del fútbol de antaño.
Ahora, a diferencia de aquellos partidos, La Catedral huele a coche recién comprado y marcas comerciales amenazan el nombre del estadio Santiago Bernabéu. Los Julen Guerrero ahora se apellidan Williams y el siete en la espalda no lo lleva ningún González sino un Ronaldo. Pero en ese recuerdo con aroma de partido grande el fútbol moderno conservó en una primera parte brillante algunas de esas esencias de equipos de tal calado, ofreciéndonos ambos conjuntos cuarenta y cinco minutos de garra y corazón que terminó con 3-1 en el luminoso. La segunda parte, con menos luz que la primera, acabó con el 4-2 final en el marcador.
En los noventa minutos, Carvajal demostró que el lado de la banda no perjudica su estancia en el once inicial, y tanto James como Kovacic evidenciaron que las elecciones de Zidane no son azarosas. Kroos, justo cuando la croatización del once inicial del Madrid era manifiesta, se marcó otro partidazo al mando del navío blanco. Cristiano, por su parte, abrió y cerró el marcador en un doblete que le convirtió en el jugador que más goles le ha marcado al Athletic de Bilbao en toda la historia de la Liga. Nombres que siguen escribiendo el relato de una de esas rivalidades que prometen no desaparecer jamás.