Sobre ciclos y hegemonías
Desde que llegó Guardiola al Barça salieron a la palestra sergas que, hasta entonces, tan siquiera existían. Descubrimos lo que era un 'sextete' y se establecieron por norma aquello de los ciclos y las hegemonías. Hoy, después de analizar fríamente el desarrollo de los acontecimientos, podemos llegar a conclusiones que nos permitan avanzar.
Para empezar lo del sextete es un invento ficticio de aquellos que cosen los ciclos con tallas a medida, empeñados, supongo, en demostrar la valía de un club que, puesto en la línea temporal que abarca el comienzo del deporte rey hasta el más absoluto presente, se antoja, exceptuando la parte más reciente de los hechos, insignificante. Aunque, siendo justos y poniendo en valor lo conseguido, en los últimos diez años han logrado revertir la situación y plantarse como un ciclón arrollador obstinado en compensar los años de intranscendencia histórica. Desde que ganaran su segunda Champions hasta la última sólo han pasado 10 años, consiguiendo en este entretiempo cuatro copas de Europa. En ese intervalo, el Real Madrid sólo ha conseguido alzar una Champions, que sumada a las anteriores, sumaron diez. Aunque, para los fans de las hegemonías he de decir que, en los últimos 20 años, tanto Barcelona como Madrid han ganado 4 Champions. La diferencia, claro está, se encuentra en la continuidad permanente en esa línea temporal en donde, mientras el Barcelona no aparecía ni en el mapa tras el pistoletazo de salida, el Madrid no dejaba de tener autoridad soberana en base a cosechas de títulos europeos. Tanto es así, que la quinta Copa de Europa madridista llegó en 1960; la quinta del Barça, en 2015. Pero no sólo se determinan ciclos en torno a los títulos conseguidos. Los discursos, las políticas de club y ciertos comentarios denotan si el club en cuestión goza o no de hegemonía futbolística. Para claro, un ejemplo: en la celebración de la Décima no hubo ni una sola mención al eterno rival, sin embargo, en la celebración de la Champions del Barça en el Camp Nou, Piqué aludió -como manda la tradición- al Real Madrid en un comentario -¿habrá llamado ya Casillas a Xavi para pedirle perdón?- que refleja, por un lado, la condición segundona y la madriditis imperecedera en los culés, evidenciando que las supremacías no son posibles si se es incapaz de celebrar un sólo título sin acordarte de tu rival; por otro, que Mourinho tenía razón cuando decía que los jugadores del Madrid tenían demasiado respeto a aquellos que se burlaban constantemente de estos y cuando no comprendía que, aun a sabiendas de lo comentado, seguían cambiando camisetas y dando abrazos en el túnel de vestuarios.
Así las cosas, la auto-crítica tiene que sobreponerse a los alardes de palmarés. La historia no se defiende haciendo memoria sino honrándola con nuevos triunfos. Es aquí donde el madridista debe analizar, con la autoridad que da el fracaso, si la cultura del fichaje es imponderable para volver a protagonizar los elogios que otorga reinar en Europa o si, en cambio, el proyecto deportivo debe primar por encima de todo y de todos. Si esa permanente presencia en el espacio y tiempo de los anales del fútbol fueron casualidades o si existieron gracias a un modelo construido en la imposibilidad de la complacencia, la pereza, y las exigencias personales que antepusieran caprichos al club. Gracias a las gestas del madridismo del 60, unidas a las de finales de los 90, tenemos tiempo para la reflexión. Aunque, si para cambiar las cosas volvemos a no hacer nada, quién sabe si el tiempo se volverá en nuestra contra.