El discurso de los millones
Hace ya más de diez años, cuando se empezaba a cocinar el Madrid galáctico después de que dos orejonas quasi consecutivas devolvieran al club al mapa europeo, a nadie en sus cabales se le ocurría criticar que una gestión eficiente diese para comprar a los futbolistas más sobresalientes de cada ejercicio. Se hablaba de cantera, sí; por supuesto, pero a nadie le importaba que se fichara a Figo, a Zidane, a Ronaldo, a Beckham. Empezó a importar cuando se dejó de ganar títulos.
Entonces se reinventó la idiosincrasia y se habló de un equipo esencialmente de cantera y fundamentalmente de españoles. Poco importaba que muchos de esos españoles de los que se hablaba hubieran llegado en su día a golpe de talonario, o que la Ley Bosman hubiera cambiado radicalmente el escenario del de los tiempos a los que ellos se referían. Se trataba de encontrar el eje del mal y se apostó por una xenofobia encubierta: aquí nos iba mejor con la autarquía. La belicosidad, además, tenía más justificación entre cierto sector de la prensa porque el nuevo inquilino del palco no era demasiado dado a esos colegueos que no se sabía muy bien qué reportaban al club.
Se insistió en la teoría de la casa a pesar de que por cada Raúl o Guti salían bastantes más Portillos, Pavones, Mejías y hasta Negredos y Soldados, indudables meritorios que, por más que nos los pintaran de coloraos, no rayaban al nivel del Madrid. Se tergiversó la historia hasta pintar a Florentino como el chiflado de los fichajes millonarios, olvidando que su primer antecesor era dado a benditas locuras como la de Anelka y que al segundo le hubiera apetecido mucho gastarse los sesenta de Kakà, por más que no le dejaran. Pero daba igual, Sanz y Calderón tenían muchos menos problemas en despejar los despachos de Concha Espina para que se husmease sin mayor problema, así que eran gente de fiar. Por la prensa. Al loro.
El Madrid ha perdido la batalla de la propaganda hace años. La ganaron los equipos que juegan por los niños un par de años y se llenan los bolsillos los diez siguientes a costa de un país que sigue aplicando la sharia y defiende el quasi esclavista sistema de avales. La ganaron los que se empeñan en poner la cantera y la cartera en polos opuestos e irreconciliables, como si generar dinero fuera delito en un país tan dado al cainismo. Y el discurso de los millones saldrá a la palestra, como hoy, cada vez que haya un patinazo.
Pues no, señores, no es un problema de millones. Es un problema, primero, de dejar de repetir que la belleza en el fútbol es patrimonio de unos señores que rompieron el molde y obligaron a los demás a fabricar copias imperfectas. Es una mentira que, por más que se repita, no se hace verdad. La prueba es la excepcional demostración de mourinhismo que puso sobre el tapete del Bernabéu ayer el equipo del Cholo Simeone, reconocido seguidor del portugués. Y, segundo, de autoridad. Los jugadores del Atlético saben que el argentino está por delante de todos ellos y, a partir de esa premisa, todos reman en la misma dirección. En el Madrid ya sucedió una vez, hasta que las revueltas y la propaganda interesada derrocaron el orden que más natural le resulta a este club, se escuche lo que se escuche hoy. Y lo más importante: puede seguir ocurriendo. Tácticamente, no creo que Ancelotti esté a la altura de Mourinho, o al menos hasta ahora no lo ha demostrado. Pero mientras siga encarnando la figura del entrenador, desde esta tribuna se le seguirá considerando la pieza más importante del engranaje. Ni canteranos, ni extranjeros, ni millones. Entrenador.
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