Eternamente agradecido a Laso
Son días difíciles para los seguidores de la sección de basket del Real Madrid. Si a principio de temporada nos habrían dicho que estaríamos en esta situación llegado el mes de junio, pocos, por no decir ninguno, se lo habría creído. Tras más de ocho meses de constantes exhibiciones, paseos y de enamorar al mundo entero con un baloncesto al que Europa no estaba acostumbrado, el Madrid cierra la temporada habiendo conseguido únicamente los dos títulos de menor importancia.
La reciente derrota no ha hecho más que caldear los ánimos sobre el inquilino del banquillo madridista para la próxima temporada. Pedro Martínez, Katsikaris y Plaza son los principales aspirantes al trono merengue, pero lejos de valorar o no los posibles entrenadores, es de recibo agradecerle a Pablo Laso todo lo que ha aportado a este equipo, por si acaso la próxima temporada no está en el banquillo de local del Palacio de los Deportes.
Cuando Laso llegó a Madrid en junio del 2011, el equipo venía de un año horrible, en mil disputas con Messina y con un cambio de entrenador en medio de dicha temporada. Emanuele Molin se hizo cargo del equipo cuando el entrenador italiano decidió dejar el cargo de entrenador y terminó una temporada que comenzó con muchas expectativas pero que acabó de la peor forma posible. Fue entonces cuando desde la directiva se apostó por un hombre de la casa, que vistió la camiseta blanca y sobre el que recaía la tarea de devolver al Madrid al lugar donde le corresponde.
Tres temporadas después, nadie puede decir que no haya cumplido con su cometido. En su primer año, logró una Copa del Rey dando una auténtica exhibición en la final al Barcelona, pero perdió en la final de la ACB en el quinto partido, también ante el eterno rival. La temporada siguiente, su segunda al frente del banquillo madridista, el equipo volvió a disputar una final de Euroliga más de una década después de la última. La derrota ante Olympiacos, desaprovechando hasta 17 puntos de ventaja, puso en aprietos al entrenador. El vitoriano logró calmar los ánimos proclamándose campeón de la ACB, también ante el Barcelona. De esta temporada hay poco que escribir que no se haya dicho ya. Récords, buen juego y exhibiciones que no se han visto recompensados con los dos grandes títulos. Maccabi y Barcelona lo impidieron y de paso ponen en la cuerda floja al aún técnico blanco.
Pero más allá de victorias, derrotas o títulos, la aportación de Pablo Laso va mucho más allá. El vitoriano ha imprimido al equipo alegría, pasión por el baloncesto, ganas, lucha e intensidad. Valores clásicos del Madrid de toda la vida que se habían perdido entre entrenadores de quita y pon y jugadores que llegaron a la capital de España con una idea equivocada de lo que es el club blanco. Por no hablar del apoyo del público, ese que había desaparecido entre constantes decepciones y que ha resurgido para ser un sexto hombre que acude a un recinto que, sea el partido que sea, no suele bajar de los 9.000 espectadores. Ése es el gran triunfo de Pablo Laso. Devolver la ilusión al madridismo, hacerles ver que el Madrid no vive únicamente de la sección de fútbol. Volver a estar en la lucha por el trono europeo, ese que ya hemos conquistado ocho veces. Volver a ser serio candidato al título año tras año, y no a serlo únicamente de Pascuas a Ramos. También, por qué no decirlo, devolverse la alegría a Sergio Rodríguez, un jugador que destila baloncesto hasta cuando saca a pasear al perro y que pareció haberse desviado del camino. En definitiva, devolver toda la grandeza al mejor club de Europa. Por todo eso, y por mucho más que seguro se queda en el tintero; Muchas gracias Laso.