Lección moral
Ser del Madrid es andar siempre necesitado de una lección moral. He gastado muchas horas tumbado en la playa y preguntándome por el sentido último del madridismo, pues la etapa de Mourinho me lanzó a tantos debates que todavía ando en busca de una teoría convincente. El desafío es tan complejo que me ha tocado viajar del Cantábrico santanderino al Algarve portugués solo por ver si lo que se me ocurría en el norte lo corroboraba el sur lusitano. Y sí, por fin lo tengo.
Ser del Madrid consiste en incurrir en un pecado original y sin bautismo purificador. El hincha blanco es culpable porque la institución que gobierna su sentimiento es la viva imagen de la corrupción, la quintaesencia de un mal atávico. Eso explica que abunden los terceros dispuestos a señalar nuestras faltas, por si nos sirve. Aunque al final siempre es que no porque, tozudos, carecemos de remedio.
En Cantabria hice la digestión de un sublime pescado llamado Machote leyendo una bitácora titulada "Lo que me sale del bolo", alojada en la web de Telecinco y perpetrada por Mercedes Milá. No se me ocurre mejor ubicación y autoría para otro sermón sobre la corrección ética. La joya se resume en la frase "los directivos del Madrid deben estar mal de la cabeza cuando permiten que ocurran cosas como ésta", entendiendo por "cosas como ésta" la suplencia de Casillas. Lo de menos es que falte la preposición "de" tras "deben" para indicar probabilidad en la oración, pues todo el mundo sabe que Milá es una periodista mucho más proclive al territorio de la moral que al literario. Y sí, la tía dio en el mismo centro de la diana: que los regidores del club consientan que los técnicos decidan quién juega es una cosa de locos. Después de eso imagino que se marchó a Guadalix a disertar sobre buenas formas, en la ducha, con el tabaco o bajo el edredón.
Andaba yo después cruzando la Península y filosofó el Tata en rueda de prensa. El Tata entrena al Barça, que debe de ser mès que un club porque se asemeja a un ágora ateniense, poblado de sabios con túnicas que cuando corren por la banda sudan axiomas. Normal que soltara: "los números del fichaje de Bale me parecen casi una falta de respeto para el mundo en general". Toma ya, "para el mundo en general". Eso es sentido de la trascendencia y conocimiento del medio. Así que te imaginas a los moradores de un iglú en la Antártida ciscándose en todo, ofendidos porque el Madrid se funde la pasta en Bale, idea que les quita hasta las ganas de pescar. O, todavía peor, puede concluirse que por cada galopada del galés morirá deshidratado un niño en un suburbio nepalí. Una contratación, otra más, manchada de sangre. Eso sí, que Messi cumpla con el fisco es un asunto prosaico del que nadie entiende salvo quien entienda.
Dejar el césped a la altura y con la humedad más propicia a los intereses propios. Meter el pie cuando la tocan los locos bajitos. Afearle el gesto a quien simula y teatraliza. Posar para un vídeo de hienas. Que juegue quien elija el entrenador. Fichar a Bale. En realidad, el madridismo es un estado pecaminoso que precisa de una constante expiación. Menos mal que a Mercedes le sale del bolo aleccionarnos y que el Tata es el guardián de la ética urbi et orbi.
Gracias y que pase el siguiente a exigirnos que jueguen 11 tíos de Chamberí, que perdamos por decreto o que donemos el muslo derecho de Ronaldo a los pobres.
O, mejor aún, que nos disolvamos.