Perder, solo perder
En cualquier competición deportiva, ya sea individual o por equipos, al final de la misma, sólo existen dos opciones para los participantes: levantar el trofeo de campeón o no, ganar o perder. Parece simple, ¿verdad? Simple, inexorable y universal, diría cualquier espectador avispado, peor no es así. Toda regla tiene su excepción y, en el caso del fútbol, en ese universo paralelo inventado por mis colegas periodistas, esa excepción tiene un nombre: Real Madrid.
Cuando el Madrid afronta un torneo sólo tiene una opción, perder. No importa que se proclame campeón, no digo nada si no lo consigue, el Madrid siempre pierde. Veamos algún ejemplo. En la etapa Capello, dos temporadas, dos títulos de Liga, su fútbol era paupérrimo, rácano, aburrido, igual que en la liga de los récords con Mourinho en el banquillo: 121 goles no sirvieron para eliminar la etiqueta de defensivo al equipo. Y qué decir de la liga de Schuster, con el Barcelona casi a veinte puntos de distancia en la clasificación. Aquel año, quien de verdad jugaba al fútbol era el Villarreal, segundo a ocho puntos del campeón.
¿Y la Copa de Europa? No hay más que mirar hacia atrás y recordar la vergonzante forma en que se ganó la Octava, Relaño dixit, o la Décima, de la que algunos todavía sostienen que, en realidad, acabó empare a uno.
El Madrid afronta ahora la posibilidad de atesorar once trofeos continentales, pero el sábado, haga lo que haga, perderá incluso si vence. Sus rivales hasta la final han sido del tres al cuarto y el verdadero triunfador de la temporada será el Atleti. O eso dijo ayer Roberto Palomar.