Que salga Guti

24.08.2013 00:00 de  Michi Huerta   ver lecturas

Son las vacaciones estivales idóneas para, sin que sirva de precedente, detenerse a pensar. Gracias al abandono propio de las fechas empiezas a confundir los días de la semana, se te va la pinza con el horario y tus únicas referencias pasan por un torneo con nombre de cerveza o por una liga prematura que te saca a modo de aperitivo un par de jornadas que saben raras. O sea, que al teclear por anticipado y sin el menor sentido de la actualidad corro el riesgo de ponerme a filosofar. Y como Wittgenstein me saca varios escalones en la ciencia del pensamiento solo me alcanza para una idea: que salga Guti.

Tenía yo ganas de escribir sobre Guti, hombre. Contra los fragores del rumor y los fichajes rimbombantes del verano se rebela una neurona que lleva el 14, propiedad de un rubio genial y desesperante al que apelaba el madridismo cuando los renglones de los partidos se torcían. Hasta el más acérrimo de sus detractores, que tenía muchos y furiosos, caía en la tentación de esperanzarse con la irrupción imaginativa y revolucionaria de Gutiérrez, que lo mismo erigía un monumento a lo imposible que se borraba y punto.

No soy yo mucho de hablarle a la tele, si acaso un "gol" o un "penalti" entre exclamaciones. Hubo una época, sin embargo, en la que me harté de gritar la frase "que salga Guti". Se trataba de una invocación casi supersticiosa, basada en una creencia nada fiable que me transportaba al filo de la enésima decepción. Si se confirmaba hacía la promesa de dejarlo como quien quiere quitarse del tabaco o del vino sabiendo que mata pero que, por uno más, no pasa nada. A veces sucedía que los dioses del fútbol se teñían el pelo y jugaban con el pie izquierdo tras poseer a ese tipo nacido en Torrejón y criado en los barros de la Ciudad Deportiva. No era él. No era él porque no podía tratarse de un ser humano. Tenía que ser, a la fuerza, una deidad cachonda que, cuando se aburría, echaba el rato colándose en su cuerpo para jugar al balompié.

De vez en cuando salía Guti y la liaba. Cuando los partidos se volvían mortecinos y los minutos se escapaban a chorros por los desagües de la Castellana, en las gradas y en los bares prendía la misma ocurrencia, pronunciada con cierto deje avergonzado: que salga Guti. Y el tío sacaba los tacones a paseo y se jugaba el prestigio en un lance improbable que convertía en sencillo porque en eso consiste, básicamente, ser un genio: en resolver con naturalidad una ocurrencia única.

He visto en mi vida muchos jugadores mejores que Guti pero a ninguno como él. Ni creo que lo vaya a ver. Sus fases de inspiración, como en aquella velada mágica contra el Sevilla en que se puso a inventar a borbotones, trazan los genes de una estirpe reñida con el fútbol cibernético y pluscuamperfecto de hoy. No es el presente propicio al romanticismo. Y Guti era un romántico que durante diez minutos estaba de subidón y durante una hora correteaba sobre el verde rumiando su melancolía entre amenazas de otra pitada.

Dejó a modo de rúbrica una asistencia con el talón a Benzema, lance brillante y de clara inspiración artística. Si me dieran a elegir, yo me reencarnaría en Velázquez dando la última pincelada a las Meninas, en Ford gritando "¡acción!" para que Wayne se perdiera en el desierto de Centauros del desierto o en Guti dando ese pase en Riazor.

Cómo no echarle de menos desde aquí, sentado en el chiringuito y apurando una cerveza, viendo a mi hija mecida por las olas y concentrado en el misterio de la belleza.

Que salga Guti, coño.

Michi Huerta
autor
Michi Huerta
Miguel Ángel Huerta Floriano, "Michi", es cacereño, madridista y fordiano. Licenciado en Derecho y en Periodismo. Doctor en Comunicación. Profesor universitario. Juntaletras ocasional. Autor de varios libros sobre estética y narrativa audiovisual. Bloguero. El primer regalo que recibió su hija Eva fue una camiseta firmada por Raúl González Blanco. Tiene por cerebro un Tango Adidas y sueña con el Monument Valley y con "la Décima". Amante de la belleza.