El Madrid no espera a nadie, vive en el mañana: por eso es tan grande
Otto von Bismarck, canciller alemán durante la época del II Reich, dijo una vez que España es el país más fuerte del mundo porque siempre ha intentado autodestruirse, aunque nunca ha llegado a lograrlo ; el día que dejásemos de intentarlo, volveríamos a estar en la vanguardia. Dicha frase, tan real como la vida misma, no ha pasado a la historia por perdurar en el tiempo (pues todavía hoy España sigue siendo eso mismo que relataba el germano), sino más bien porque Bismarck no sabía entonces qué era el Real Madrid. El de hoy. El de estos últimos años. El madridismo, acusado en numerosas ocasiones de ser una masa social no tan ruidosa como las dimensiones del escudo y su estadio atesoran, es un ejemplar digno de estudio. A lo largo de los últimos tiempos, los aficionados del Real Madrid, o al menos una parte de los mismos, no han hecho otra cosa que lanzar piedras contra su propio tejado . Sin importar nombres, dorsales y, ni mucho menos, recuerdos. Porque si la actualidad, como el fútbol, es efímera; el Madrid, en su contexto, vive continuamente en el mañana. Sin pararse a pensar un segundo en el momento.
Quizá, buena parte recaiga sobre la exigencia. La propiamente impuesta y la que, desde fuera, debido a la grandeza de ser quien es, se ha tenido siempre con el Real Madrid. Desde hace tiempo, y no poco, el Santiago Bernabéu se ha convertido en un consumidor insaciable de futbolistas . Todos ellos galácticos, claro. Y el que no lo sea, que también los ha habido, que al menos corra y defienda su sentimiento (de nacimiento o adoptado) por todos los sitios. En las últimas semanas, meses y temporadas resulta común que, cuando algo no marcha bien, el público, que paga su entrada y su derecho a desfogarse lejos de casa y el trabajo, silbe a algún futbolista. Ya sea por dar un par de malos pases o declarar, lejos del césped, cualquier irritabilidad que se salga del libro canónico blanco. Zidane, Cristiano, Casillas, Guti… y ahora también Raúl, que ya no juega, pero sigue estando ahí; han sido solo algunos de los muchos señalados por el aficionado madridista medio. Que ya no ultra. Ni tampoco contrario. Si no el de a pie, el de la tribuna, el gallinero, la radio o el bar de la esquina. Se irán estos y llegarán otros. Jugadores y aficionados. Y el Madrid perdurará por siempre. O al menos cuanto le dejen , entre los que silban y los que rápido aplauden para disimular el concierto. Porque el club, por suerte, es de todos. Y lo que no te mata, dicen, ahora que no nos escucha Bismarck, te hace más fuerte.