Elogio envenenado
Existe una fuerte controversia entre los ciudadanos periodistas y los simples mortales, los ciudadanos de a pie, sobre lo que es o no es una fuente informativa. Y, especialmente, sobre la catadura moral de tales gargantas profundas. Para el consumidor menos avisado de la información, lo mismo da que da lo mismo una fuente, un confidente, un chivato o, por usar una palabra muy en boga, un topo. Y puede que tenga razón. Da igual el apelativo que usemos. Al final, todo depende del lado de la barrera en el que te encuentres.
Cuando yo ejercía de ciudadano periodista, en los tiempos en que la herramienta de trabajo más avanzada de la época era una Olivetti, sinceramente tengo que decir que ni me planteaba tales dilemas. Alguien te daba un soplo, tú te lo creías o no, tratabas de confirmarlo discretamente por otra vía y, si era posible, informabas a tus oyentes/lectores. Nada más. Me pagaban por ello, por informar, y no era cuestión de pensar (demasiado) en las motivaciones de la fuente, no fuera a darme un súbito ataque de ética extrema.
Sí tenía claro que, quien me informaba, no lo solía hacer por motivaciones altruistas, sino por sacar un beneficio, ya fuese directo o indirecto. En este segundo supuesto, normalmente por venganza y/o para hacerle la puñeta a un colega, compañero, jefe o institución para la que trabajase. Yo estaba en aquel lado de la barrera y, para mí, aquella era una fuente informativa a la que agradecer sus servicios. Sin embargo, como no soy demasiado espabilado pero tampoco tonto en exceso, comprendía que, para la otra parte, para los perjudicados por la filtración, mi amado informador no era sino un vil traidor, un chivato de la peor especie, cuando no un hijo-de-las-cuatro-letras al que había que degollar con un abrecartas oxidado. Ponerse en el lugar del otro, eso es empatía.
A lo largo de los últimos años, y en torno al Real Madrid, se ha construido una telaraña de fuentes/topos, servicios prestados, agradecimientos varios, que cada cual ha identificado según su buen saber o, más habitualmente, según sus filias y sus fobias. Cierto es que algunos jugadores han sido más señalados que otros por los aficionados, pero resulta verosímil creer que todos, en mayor o menor medida, cuerpo técnico inclusive, han participado de este juego de informaciones cruzadas. Combatir el fuego con el fuego, no con buenas palabras, pero sin descubrir del todo las cartas, sin que ninguna de las dos partes revelase sus contactos en la otra orilla. Por ello, por ese acuerdo tácito entre suministradores y receptores de noticias, verdaderas o falsas, para el propósito de este artículo tanto da, me sorprendió mucho algo que aconteció el sábado pasado.
Bien es sabido que, Álvaro Arbeloa, ni ha sido ni es santo de la devoción de todos aquellos ciudadanos periodistas que se embarcaron en la santa cruzada de expulsar a Jose Mourinho del banquillo del Real Madrid. Y uno de ellos, de los ciudadanos periodistas, que más se significó en aquella (no) campaña fue, sin duda, Antón Meana, reportero de Radio Marca. Siempre ha puesto de manifiesto las, a su juicio, carencias de Arbeloa y criticado con dureza que el lateral madridista se alinease con su anterior entrenador. O viceversa.
Sin embargo, el sábado por la tarde, ante la pregunta de dónde vienes, Meana se marcó un manzanas traigo de manual, ponderando, elogiando como nunca, las virtudes de Álvaro Arbeloa y su preeminencia sobre, por ejemplo, Juanfran, a la hora de ser convocado por Del Bosque para acudir al Mundial de Brasil.
Si alguien escuchase sólo esa parte de su intervención en la radio, podría pensar que el ciudadano periodista Meana se había dado un golpe en la cabeza o, en su defecto, sufrido un ataque transitorio de locura. Nadie le había pedido su opinión al respecto, opinión que compartió con los oyentes motu proprio. Por desgracia, la explicación podría ser mucho más prosaica... y retorcida. Justo segundos antes de entonar la oda al lateral madridista, Antón Meana había revelado que estaba chateando con "un sector de la plantilla del Real Madrid". Y su interlocutor, Edu García, que parece que las coge al vuelo y sabe sumar uno más uno, sentenció: "Aquí alguien ha fumado".
PS: ¿Revelación de secreto profesional o tinta de calamar? He ahí la duda que podría tener sobre las motivaciones de Antón Meana. Yo he elegido la mía. No sé qué pensará el lector.